No quieren que lo sepa y disimulan, fingen buen humor, normalidad. “Verás qué pronto te curas”, dicen. Les he seguido la corriente para que no sufran, piensen que han logrado ocultármelo hasta el final, tengan esa ínfima satisfacción. A veces oigo gimotear tras la puerta y no digo nada, sería cruel preguntar “¿y esos sollozos?”. Siento que les juego una mala pasada muriendo, y en absoluto me consuela que no sea mi culpa. Son mis padres y no quiero hacerles daño. Pero tengo que decírselo: decirles que lo sé. Será una bonita conversación, aunque cueste empezarla. Primero lloraremos los tres, y luego… Cuando me vean reír ellos también lo harán. Reventaremos de risa juntos. De acuerdo: es arriesgado y no estoy seguro de que salga bien. Pero, sea como sea, no puedo irme de aquí entre mentiras.
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