“Concededme los medios para gobernar. Pero por favor, al mismo tiempo, ponedme límites, barreras, cortapisas.
No dejéis que un día pueda ordenar que decapiten a alguien para complacer a mi hija, o incendiar una ciudad para verla arder, o nombrar senador a mi caballo (como se contó de Herodes, de Nerón, de Calígula: déspotas, seres incontrolados, víctimas -también ellos mismos- de su poder inobjetable).
No consintáis que me comporte como un niño consentido y malcriado, al que todo se le permite.
No toleréis que mi capricho sea ley para nadie.
No admitáis que me crea inmune, ni impune, ni irresponsable.
No permitáis que mi poder sea omnímodo e irrefrenado.
¿Quién sabe los abusos, los desafueros, las arbitrariedades que, en tal caso, podría yo perpetrar?
Así que por favor, por vuestro bien y por el mío, LIMITADME”.
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