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viernes, 1 de marzo de 2013

SE FUE Y NO SE LO DIJE (Saiz de Marco)



Tuvo ganas de sentarse junto a su lecho de muerte, de cogerle las manos y decirle “te quiero” muchas veces.

Pero no lo hizo. No lo hizo por cortedad, por retraimiento. Por un extraño miedo a la ternura. Por una especie de vergüenza. (¿Vergüenza de qué? ¿De que el propio moribundo, tan frío y reacio a expresar sus emociones, pensara “Qué cursi”?)

No lo hizo, y ahora se arrepiente todo el tiempo: “Se fue y no se lo dije. Se fue y no se lo dije… Qué ridículo sentido del ridículo”.

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