He dejado un momento el tanatorio para venir a casa, a recoger unos papeles para la funeraria, y en la cocina está el bizcocho que horneabas cuando te desvaneciste. Me extraña verlo aquí, ahora, como una obra póstuma. No quiero que se vuelva rancio y, aunque sé que me costará tragar, empiezo a masticarlo pensando en tu dulzura y su dulzor. Pero esta vez el bizcocho, tu bizcocho, se vuelve húmedo y de pronto me sabe salado.
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