Aunque nadie me había informado, supe que en el despacho contiguo había un juez: el Supremo Juez. Así que empecé a pensar cómo me dirigiría a Él: ¿le hablaría de tú (como en el padrenuestro: que estás en los cielos) o de vos (como en el Señor Mío Jesucristo: por ser Vos quien sois…)? Me decidí por una fórmula intermedia: le trataría de usted.
Entonces oí mi nombre por megafonía. Me levanté, toqué con los nudillos en la puerta y seguidamente entré.
Dentro estaba Él, sentado, hojeando unos papeles. Debía ser mi expediente personal. Quise mirarle a la cara pero la intensa luz que despedía me lo impidió.
Dijo: -Siéntate. Antes que nada, ¿tienes alguna duda?
Me senté, tragué saliva y susurré nerviosamente: -¿Alguna duda sobre el juicio final?
-Alguna duda en general: cualquier duda, sobre lo que sea -aclaró.
Entonces dije: -Bueno, en realidad tengo varias dudas. La primera es para qué me creó Usted sin yo pedirlo. La segunda es por qué, pudiendo haber hecho un mundo armónico, lo hizo tan complejo y difícil. La tercera es por qué permite que la gente sufra, que mueran niños, que haya guerras, injusticias, catástrofes… Quiero decir: ¿todo eso pasa porque Usted quiere, o pasa porque sí?
Creo que iba a contestarme. Yo estaba expectante, ávido de oír su respuesta. Sí: se disponía a responderme y mi corazón empezó a latir con fuerza. Con tanta vehemencia, con tanta excitación que me desperté sobresaltado.
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