Cada vez que me cruzo con mi vecina se me van los
ojos. Hasta ahora siempre regresaban con el botín, pero esta vez se han fugado
tras sus vaqueros ceñidos escaleras arriba y por mucho que ella les atizaba con
el periódico enrollado no ha habido manera. Al principio intentó devolvérmelos,
pero por lo visto la mirada se les ponía como de perro apaleado y terminó por
cogerles lástima. Al fin y al cabo -se excusaba adoptando con disimulo posturas
incitadoras- que a una la miren con esa
dedicación resulta tan halagador. Me pidió que
se los prestara para un viaje por Europa y yo, ciego de amor, accedí. Cuando
volvió, sola y maldiciendo a cierta zorra florentina, traté en vano de
consolarla jurándole que yo sólo tendría ojos para ella.
Qué risa
ResponderEliminarTodo artista tiene su cuota de originalidad, de magia personal o de genio creativo. Es siempre una cuota limitada, que antes o después se cubre y extingue. Puede pasar con la primera obra o más tarde, pero llega un momento en que su frescura se completa y termina. En que el depósito se acaba. En que el filón se agota. Después el artista puede repetirse en sus obras, autoimitarse, autocopiarse, volver a decir lo mismo bajo otra aparente envoltura o con otra falsa variante...; pero la originalidad de su voz ya se apagó. No, decididamente no se puede ser gran artista toda la vida.
ResponderEliminar(RAFAEL BALDAYA)