Para una noche que
llego sobrio a casa, ¡Y menuda curda llevaba la banqueta! Me intenté sentar en
ella para quitarme los zapatos y no había manera porque estaba venga a
menearse. La mesilla también se había unido a la fiesta, quería dejar mi
medallita de oro en el cajón, pero se me iba de aquí para allá. ¡Yo todo era
intentar cogerla, y ella, todo querer escaparse! El perchero, ciego como un
piojo, lanzaba la gabardina y el sombrero contra la cama, que tenía las sábanas
arremolinadas y muertas de risa. Al final me fui hacia el mueble-bar, a ver si
también yo me ponía a tono.
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