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miércoles, 20 de marzo de 2013

CON LAS BOTAS PUESTAS (Saiz de Marco)


Tenía 48 años. Esta tarde, justo al terminar su jornada laboral, colocando la última colcha de la última cama de la última habitación del hotel, se ha desplomado delante de mí. Al principio he pensado que estaba bromeando, haciéndose el derrotado en el instante preciso de acabar el trabajo. Pero cuando he visto sus ojos entreabiertos, su boca babeando y el gris ceniza de su cara me he dado cuenta de que no era una broma.

El enfermero del hotel ha intentado la reanimación cardiopulmonar hasta que ha llegado la ambulancia. Le han puesto varios chutes de adrenalina y le han aplicado el desfibrilador, pero no ha habido nada que hacer. Finalmente lo han llevado en la ambulancia al hospital para que allí certifiquen su muerte por infarto.

Hoy he estado todo el tiempo con él. Por la mañana, mientras cocinaba el desayuno, me ha comentado que estaba cansado, que había salido tarde de su otro trabajo. En todo el día no le he visto fumar un cigarro ni beber un trago de alcohol, pero sí le he visto cocinando, fregando, limpiando, llevando camas de un piso a otro…

Su salud estaba muy tocada. Fumaba bastante y, como buen escocés, le encantaba el whisky. Es posible que, de todas formas, no hubiera aguantado mucho. Pero hoy no ha muerto por su manera de vivir: ha muerto reventado, delante de mí, en el último empujón para meter la cama supletoria debajo de la principal.

Después de eso aún he tenido que limpiar la habitación, retirar las cajas de adrenalina, las cápsulas, las jeringuillas, los adhesivos de los parches… y todo mientras pensaba: no ha podido morirse en su casa o a primera hora, no, ha tenido que acabar su trabajo, terminar su jornada laboral. Ha tenido que morir tras cumplir su deber. Ha tenido que irse con la tarea hecha.

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