La habían contratado por su hermosura, sin preguntarle ni siquiera si sabía escribir a máquina. Escribía a máquina como una virtuosa, con una destreza que superaba a la de todas las restantes empleadas. Era capaz de entregar más de veinte cartas por día.
Lo asombroso de todo era que escribía a máquina con los pies, sin usar nunca las manos.
El primer día, eso causó mala impresión.
Pero la impresión muy pronto fue eclipsada por otros hechos: la secretaria no sólo tenía hermosísimas piernas, sino también un vientre plano que hacía soñar mientras respondía muy comercialmente a los clientes.
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